lunes, 28 de diciembre de 2009

La Filosofía en una época de terror


Giovanna Borradori (ED.). Taurus, 2003. 270 pp.

En la entrevista que en La filosofía en una época de terror Giovanna Borradori mantiene con Jörgen Habermas, el filósofo alemán destaca cómo actos de terrorismo como el del 11 de septiembre (o del 11 de marzo) tienen un único efecto posible, casi letal y diabólico: “instaurar en la población y en los gobiernos un sentimiento de shock y de inquietud. Desde un punto de vista técnico, la gran sensibilidad de nuestras sociedades complejas a la destructividad ofrece ocasiones ideales para una ruptura puntual de las actividades habituales, capaz de generar daños considerables con poco esfuerzo”. Porque “el terrorismo global lleva al extremo dos aspectos: la ausencia de objetivos realistas y la capacidad de aprovecharse de la vulnerabilidad de los sistemas complejos”.
Claro que el francés Jacques Derrida no es más optimista. Antes bien, afirma que “comparando con las posibilidades de destrucción y de desorden caótico que están en reserva para el futuro, en las redes informáticas mundiales el 11 de septiembre aun pertenece al arcaico teatro de la violencia destinada a impactar la imaginación. En el futuro se podrán hacer cosas mucho peores, de manera invisible, en silencio, mucho mas rápido, de manera menos sangrienta, atacando las redes informáticas de las que depende toda la vida (social, económica, militar, etc) de la mayor potencia mundial”.
Y, tras recordar cómo la historia la escriben los vencedores y que los tiranos de ayer pueden ser los héroes del futuro, plantea una cuestión clave: “¿A partir de que momento un terrorismo deja de ser denunciado como tal para ser saludado como el único medio de un combatiente legitimo? ¿O inversamente? ¿Por donde debe pasar el limite entre lo nacional y lo internacional; la policía y el ejercito: la intervención para el ‘mantenimiento de la paz” y la guerra; el terrorismo y la guerra”. Se trata, pues, de cuestionar los fundamentos mismos del orden internacional, sin justificar, claro está, el terror en ningún momento. JACOBO MUÑOZ, en El Cultural



El conflicto iraquí y el inicio de las hostilidades en marzo de 2003 desató como es bien sabido un debate en torno al papel que le corresponde a Europa como actor internacional; concretamente acerca de la voz hacia la que debería o no tender en lo sucesivo en lo tocante a su política exterior. La cuestión de la identidad europea, más allá del patente fracaso que entonces manifestó, no dejó de concitar una división de opiniones que enfrentaba de un lado a quienes defendían, junto con el prerrequisito de la unidad europea, la necesidad de una voz común en materia de defensa, contra aquellos que abogaban por el mantenimiento de la soberanía nacional –reservando para cada país la titularidad de sus competencias básicas, y conteniendo así en parte la erosión de la realidad y concepto del Estado–. Reproducir las líneas del debate, sus puntos esenciales, así como las contradicciones internas que abrigan en su seno (¿cómo es posible que Francia se alce como cabeza de la UE siendo el país más soberanista de cuantos la integran?, ¿hasta qué punto la defensa de la pervivencia, operatividad y actualidad del Estado nación se refleja en países cuya política, más que preocuparse por las dependencias económicas que van reforzándose en relación a las empresas multinacionales, parece limitarse a la estricta y al cabo mínima articulación de su Estado como Estado gendarme?), merecería un texto y unas ambiciones que desbordarían con creces nuestro objetivo.
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jueves, 30 de julio de 2009

Fiebre de guerra, J G. Ballard


Trad. Javier Fernández y David Cruz. Berenice, 2008. 224 pp.

FRAGMENTO:

«Ahora que la Tercera Guerra Mundial ha finalizado sin incidentes, me siento libre de comentar dos aspectos extraordinarios del aterrador conflicto. El primero es que esta confrontación nuclear durante tanto tiempo temida, y que se esperaba iba a borrar la vida de nuestro planeta, de hecho apenas duró cuatro minutos. Esto sorprenderá a muchos de los que estén leyendo el presente documento, pero la Tercera Guerra Mundial tuvo lugar el 27 de enero de 1995, entre las 18.47 ylas 18.51, hora del este de EEUU. La duración total de las hostilidades, desde la declaración formal de guerra del presidente Reagan, pasando por el lanzamiento de cinco misiles nucleares desde el mar (tres americanos y dos rusos), hasta las primeras proposiciones de paz y el armisticio acordado por el presidente y el señor Gorbachov, no superó los 245 segundos. La Tercera Guerra Mundial acabó antes casi de que nadie se diera cuenta de su inicio.
El otro aspecto sorprendente de la Tercera Guerra Mundial es que soy prácticamente la única persona que sabe que ocurrió. Puede parecer extraño que un pediatra del área residencial de Arlington, a algunos cuantos kilómetros al oeste de Washington DG, sea el único conocedor de tan histórico evento. Después de todo, las noticias de cada paso hacia la profunda crisis política, la declaración de guerra del debilitado presidente y el posterior intercambio nuclear fueron retransmitidas masivamente por todas las televisiones nacionales. La Tercera Guerra Mundial no fue un secreto, pero la mente de las personas estaba ocupada con asuntos más importantes. En su obsesiva preocupación por la salud de su líder político, fueron capaces de ignorar de manera milagrosa una amenaza mucho mayor para su propio bienestar.[…]» (del relato «La historia secreta de la Tercera Guerra Mundial»)


Fiebre de guerra es un despliegue de invención y afilada crítica social. Las historias contenidas en Fiebre de guerra van desde la sátira hilarante a la parábola aterradora, de la ciencia ficción más osada a la fantasía lírica. Beirut asolado por la guerra es el escenario del relato que da nombre al volumen. En «La historia secreta de la Tercera Guerra Mundial», Ronald Reagan, ya anciano, vuelve a ser nombrado presidente e, inmediatamente, su estado de salud, monitorizado a través de los medios hasta el más mínimo detalle, se convierte en el único indicador aceptado del estado de la Unión. Otras historias nos muestran la trama para asesinar a un astronauta americano –líder de un autoritario movimiento religioso–, a un hombre devastado por un accidente de coche que decide no volver a salir de su apartamento o al superviviente de un vertido tóxico que naufraga en una isla del Caribe. Durante todo el libro, Ballard se muestra como un destacado experto difuminando la distinción entre las realidades del presente y sus distorsionados escenarios de un futuro muy cercano.

ÍNDICE:

«Fiebre de guerra»
«La historia secreta de la Tercera Guerra Mundial»
«Cargamentos de sueños»
«El objeto del ataque»
«Amor en un clima frío
«El parque temático más grande del mundo»
«Respuestas a un cuestionario»
«El desastre aéreo»
«Informe sobre una estación espacial no identificada»
«El hombre que caminó sobre la luna»
«El espacio enorme»
«Memorias de la era espacial»
«Notas hacia un colapso mental»

ARTÍCULOS:

· De Rodrigo Fresán, en ABCD
· Del Sr. Molina, en Solodelibros
· De Julián Díez, en La tormenta en un vaso
· De J.F. Ferré, en el diario SUR

SOBRE J.G. BALLARD:

· En Revista de Cultura Eñe (Clarín)
· En ADN
· En Ciencia-Ficción



PÁGINA OFICIAL:

www.jgballard.com

domingo, 21 de diciembre de 2008

Algunas antologías

Algunas de mis antologías más visitadas...


Antología del cuento norteamericano, Richard Ford
Prólogo Carlos Fuentes. Galaxia Gutenberg, 2002. 1265 pp.

Esta antología, elaborada por Richard Ford, contiene sesenta y cinco relatos escritos entre los años 1820 y 1999 por escritores nominalmente americanos - es decir, nacionalizados en Estados Unidos- y pretende mostrar no sólo lo mejor de la cuentística estadounidense, sino también la diversidad de la narrativa norteamericana durante los últimos ciento setenta y cinco años. Muchos de los cuentos contenidos en este volumen jamás habían sido traducidos al castellano. Entre los autores antologados se encuentran Washington Irving, Edgar Allan Poe, Herman Melville, Mark Twain, Henry James, Jack London, William Faulkner, Ernest Hemingway, Paul Bowles, Raymond Carver, T. C. Boyle y el propio Richard Ford.


Los cuentos que cuentan
Selección de Masoliver Ródenas y Fernando Valls. Anagrama, 1998. 368 pp.

Juan Antonio Masoliver Ródenas y Fernando Valls, estudiosos y críticos de la literatura española contemporánea de reconocido prestigio, han elaborado minuciosamente una antología que pretende mostrar la continuidad de la tradición cuentística española en estos últimos años. Se ha seleccionado, bajo el único criterio de la calidad y la fidelidad al género, a aquellos escritores que han publicado al menos un libro de cuentos con piezas de interés, aunque se ha excluido a todos aquellos que ya pueden resultar familiares al lector por haber sido recogidos en otras antologías importantes. En el prólogo y el epílogo, los autores de la antología llaman la atención sobre la variedad de registros e intenciones, pero también sobre la libertad con que cada autor utiliza el estilo, los temas y la estructura. Cuento, narración, fábula, relato y nouvelle conviven ahora como ricas posibilidades a las que el escritor puede acogerse, y todas ellas configuran un libro que puede leerse como una suma de voces que muestran nuestras inquietudes presentes. El propósito explícito de los antólogos estriba en contagiar la pasión por el género en un momento tan propicio como el actual, en el que el cuento disfruta de unos canales de difusión de los que casi nunca había dispuesto. Bien pudiera decirse, pues, que ésta es una antología de cuentos en busca de un lector muy especial. Del mismo modo que ya podemos empezar a afirmar que existe una cofradía de escritores de cuentos, parece también haber una cofradía de lectores; o lo que quizá sea aún mejor: un club en el sentido más auténtico y británico del término.
Obras de Mercedes Abad, Fernando Aramburu, Juan Bonilla, Gonzalo Calcedo, Javier Cercas, Luis García Jambrina, Marcos Giralt Torrente, Mariano Gistaín, J.A. González Sainz, Josan Hatero, Luis Magrinyà, José Ovejero, Juan Manuel de Prada, Isabel del Río, Antonio Soler, Pedro Sorela, Manuel Talens, Eloy Tizón, Pedro Ugarte, Ignacio Vidal-Folch, Roger Wolfe.


Mutantes. Narrativa española de última generación Selección Julio Ortega y Juan Francisco Ferré. Berenice, 2007. 300 pp.

Esta antología recoge una veintena de nuevos autores, como Germán Sierra, Flavia Company, Manuel Vilas, Carmen Velasco, Javier Pastor, Jordi Costa, David Roas, Agustín Fernández Mallo, Javier Fernández, Vicente Luis Mora, Mercedes Cebrián, Braulio Ortiz Poole, Javier Calvo, Inma Turbau, Isaac Rosa, Mario Cuenca Sandoval, Jorge Carrión , Robert Juan-Cantavella, Eloy Fernández Porta y el propio autoantologado Juan Francisco Ferré, que pretenden ser el relevo de las letras españolas. Con sus novelas y cuentos están consiguiendo una progresiva renovación del anquilosamiento estético al que parecía conducir el camino de la narrativa española de los últimos años.


La realidad oculta. Cuentos fantásticos españoles del siglo XX
Premio Qwerty. Selección David Roas y Ana Casas. Menoscuarto, 2008. 304 pp.

Cada vez resulta más evidente la existencia de una tradición fantástica española, que surge con el Romanticismo y se prolonga sin interrupción hasta el presente. Marginado por algunos, lo fantástico es, sin embargo, una vía de expresión fundamental de la narrativa española. Esta antología demuestra cómo el género atrajo a muchos autores del siglo XX considerados canónicos: Baroja, Valle-Inclán, Juan Benet, Juan Eduardo Zúñiga, José María Merino, Cristina Fernández Cubas o Javier Marías. Junto a éstos, se rescatan relatos de escritores menos conocidos, Zamacois y Miguel Sawa, y voces tan recientes como la de Carlos Castán. En La realidad oculta se manifiestan la variedad y calidad, tanto temática como formal, de la narrativa fantástica española del siglo XX, la oculta realidad de una larga tradición.


Relatos fantásticos latinoamericanos (I)
Recopilación de Ramón Cañelles. Editorial Popular, 1987. 94 pp.

Índice:

Arreola, J. J. El rinoceronte
Arreola, J.J. La migala
Benedetti, M. El otro yo
Benedetti, M. Los bomberos
Benedetti, M. Beatriz, la polución
Benedetti, M. Beatriz, una palabra enorme
Benedetti, M. La noche de los feos
Cortázar, J. El diario a diario
Cortázar, J. Propiedades de un sillón
Cortázar, J. Lucas, sus compras
Galeano, E. La noche
Galeano, E. El sol y la luna
Galeano, E. El conejo
Galeano, E. El murciélago
Galeano, E. Los mosquitos
Monterroso, A. La tela de Penélope o quién engaña a quién
Monterroso, A. La oveja negra
Monterroso, A. La rana que quería ser una rana auténtica
Monterroso, A. Origen de los ancianos
Monterroso, A. La buena conciencia
Monterroso, A. El zorro es más sabio
Ocampo, S. La soga
Paz, O. Encuentro
Paz, O. El ramo azul
Piñera, V. La carne
Piñera, V. Unas cuantas cervezas
Vallejo, C. Las dos soras
Vallejo, C. Viaje alrededor del provenir

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Vacío perfecto, Stanislaw Lem


Trad. Jadwiga Mauricio. Introd. Andrés Ibáñez. Impedimenta, 2008. 328 pp.
Premio Llibreter 2008

Vacío perfecto es un espectacular experimento literario que se ha convertido por méritos propios en un referente mítico entre los lectores de Stanislaw Lem. Heredero de un género que exploraron con singular genio autores como Borges, Swift o Rabelais, se trata de una delirante colección de reseñas de libros inexistentes, que subvierten brillantemente los cánones literarios explorando temas de lo más variopinto, desde la pornografía a la inteligencia artificial, desde el Noveau Roman a las novelas de James Joyce. En palabras de Andrés Ibáñez: «Este exiguo volumen, que se lee en tres tardes, equivale, en información y en tiempo mental, a tres meses de apasionante y dedicada lectura».

Con Vacío perfecto, Impedimenta emprende la publicación de la «Biblioteca del Siglo XXI», que se irá completando próximamente con Magnitud imaginaria y Golem XIV.



Hace unos años, con menos convicción que ganas de distraerme, emprendí la colección de las obras de Stanislaw Lem en castellano. Reuní los volúmenes sobrevivientes del antiguo catálogo del Libro de Bolsillo de Alianza, Edén, Congreso de futurología, me hice con los relatos del piloto Pirx en una edición saldada en un hipermercado, encargué por Internet ejemplares fuera de circuito como Memorias encontradas en una bañera. Pero uno de los títulos siempre escapaba a mis pesquisas y se mostraba inasequible a los fondos de los traperos y los portales de segunda mano: en las reseñas, se hablaba con un aura de estupor y reverencia de Vacío perfecto, una antología de críticas apócrifas publicada por Ediciones B en 1988 que, sorprendentemente, no había vuelto a ver la luz en nuestro idioma. Ahora que Impedimenta se ha lanzado a la tarea de remediar esa omisión con un tomito delicioso, que invitará a los bibliófilos al onanismo, comprendo por qué. Habituado a los viajes interestelares, las fábulas sobre inteligencia artificial y los escarceos con las contradicciones del método científico, el lector medio de Lem se habría encontrado con una criatura difícil de clasificar, exigente, inconformista, que a todos esos lugares comunes añade otros de altura metafísica y narrativa que, quizá, el paladar de un degustador común de la ciencia ficción no encuentre del todo de su gusto. Y sin embargo, es necesario señalar que sólo aquí da Lem toda la altura de su genialidad y convierte la ciencia ficción en una cosa inmensa, lo que tal vez debería ser, lo que la entronca con la literatura de especulación del pasado y se centra no en bichos con tentáculos ni platillos voladores, sino en las paradojas de la condición humana enfrentada a la tecnología y la incapacidad de nuestra mente a la hora de comprender cabalmente ese acertijo descomunal que llamamos realidad.
Borges, a quien estas páginas remiten una vez y otra sin remedio, avanzó que redactar una novela es tarea tediosa y de largo aliento, cuyas molestias pueden evitarse dando por sentado que dicha novela ya fue escrita y dedicándole una recensión. Es el método que Lem elige, igual que Swift o Carlyle, para presentarnos una selección de lo más granado de sus derroteros intelectuales y de su maestría como fabulador: se aproxima así a presuntos artefactos cuyo protagonista es el propio lector, quien elabora la obra mientras la recorre, o a ensayos sesudos sobre la creación continua del universo por parte de unos extraterrestres que no podemos percibir y que son quienes regulan las leyes de la física cuántica y limitan la velocidad de la luz. Según el mismo autor reconoce en la pieza que sirve de introducción (llamada, verbigracia, Vacío perfecto: el primer libro inexistente que se analiza es el propio libro que tenemos en las manos, un libro falso, que se nutre de cosas falsas, un vacío con guardas e índice), los textos reunidos pueden dividirse en varias categorías dependiendo de la intención que los alienta. En primer lugar se hallan los burlescos, los que persiguen desacreditar cierto tipo de literatura cuyo gigantismo o amor por la forma conduce a un irremediable raquitismo de sentido, o que denuncian esa variante de crítica llevada al absurdo por el psicoanálisis y la sociología: Gigamesh, de Patrick Hannahan, es una novela que se puede interpretar de infinitas formas, un Finnegans Wake hinchado e inabarcable donde cada episodio, cada frase, la sílaba de cada término esconde una miríada de sentidos disfrazados; Rien du tout, ou la conséquence, de Solange Marriot, elige por tema la nada, el puro no-ser, y va desintegrando sucesivamente la figura del autor, la del lector y la de la trama hasta que, comprendiendo que también el lenguaje debe ser aniquilado, concluye con una serie de balbuceos sin ilación; Toi, de Raymond Seurat, pretende ser el anti-libro, el abanderado de un nuevo género no supeditado al lector, y se demora en una infinita sarta de obscenidades e insultos contra ese personaje acomodaticio que sólo solicita que le instruyan o diviertan. En la segunda categoría de piezas, más personales, reconocemos ya al Lem que tienden a retratar sus trabajos mejor conocidos. Se trata de esbozos, o ideas germinales que probablemente habrían desembocado en una obra si el escritor hubiera vencido su desconfianza o su pereza: Idiota, de Gian Carlo Spallanzani, describe la relación de un matrimonio de sexagenarios con su hijo subnormal, para quien deciden crear un mundo a medida donde sus deficiencias pasen por norma; Gruppenführer Louis XVI, de Alfred Zellermann, es la crónica de un reino vesánico fundado por prófugos de las SS en el corazón de Sudamérica en imitación de la Francia prerrevolucionaria, que concluye con el inevitable baño de sangre. Todos estos textos, desde el sarcasmo a la anécdota, dan suficiente testimonio de la posición de Lem como autor de primera fila y no permiten abrigar dudas sobre su capacidad de enhebrar historias o afilar la ironía, pero no son lo mejor del volumen: eso, como en los banquetes de boda, se ha reservado para el final. En las tres últimas reseñas, las más extensas, asistimos a una endiablada combinación de sabiduría en la narración, humor ácido y filosofía de altos vuelos, todo ello aliñado con esa ciencia ficción de corte especulativo marca de la casa y que conduce al gourmet de la lectura al paroxismo del placer.
De Impossibilitate Vitae; De Impossibilitate Prognoscendi, de Cesar Kouska, se sirve de principios empleados en termodinámica y de la teoría de probabilidades para demostrar que la vida de cualquier individuo, la de un camarero y la de un presidente del gobierno, la tuya, la mía, la de Stanislaw Lem, constituye un acontecimiento imposible desde el punto de vista estadístico. En Física se considera imposible aquel suceso cuya tendencia a realizarse se aproxima infinitesimalmente a cero, como el hecho de que el agua se enfríe al contacto con el fuego o los vasos se recompongan después de partirse en mil pedazos; que una persona, cualquier persona, una entidad concreta con nombre y apellidos, llegue a ser exige una sucesión de condiciones, de requisitos, de coincidencias previas mucho mayores que esos ejemplos al uso y que la convierten prácticamente en una imposibilidad ontológica (así, el propio autor, Cesar Kouska, nos revela que él mismo es un milagro: no habría existido de no ser porque su padre y su madre se conocieron al equivocarse de habitación en un hospital, porque su padre fue destinado a provincias durante la Gran Guerra, porque su madre desestimó a otros pretendientes uno de los cuales pereció en un campo de prisioneros, porque el archiduque Francisco Fernando recibió un disparo en Sarajevo…) Non Serviam, de Arthur Dobb, da cuenta de un perverso experimento en que cierto científico, mediante el recurso a computadoras, es capaz de generar una realidad paralela dotada de seres conscientes que sin cesar se preguntan sobre la existencia y las intenciones de su Creador; fabricados como inteligencias puras, estos personoides arriban a la conclusión de que, de haber un Dios, debe carecer de omnipotencia o de bondad; los argumentos para el ateísmo de estos párrafos, auxiliados por un impecable aparato lógico, dejan en paños menores a las mejores disquisiciones de Bertrand Russell. Y la verdadera pièce de resistance del libro (la expresión corresponde al propio Lem) es La Nueva Cosmogonía, la traca final, que a lo largo de cuarenta páginas reproduce “un discurso imaginario de un premio Nobel, donde se nos propone una imagen revolucionaria del universo, un chiste para unos treinta iniciados, físicos y relativistas del mundo entero, un concepto que deslumbró al autor y que le asustó”. En ella, el físico Alfredo Testa, sobre los trabajos del filósofo maldito Arístides Acheropoulos, postula que las leyes naturales y los principios directores de la realidad son el resultado de un juego entre inteligencias sobrehumanas, alejadas inmensamente de nuestro planeta en el espacio y el tiempo, y que esas leyes, sin concluir todavía, van enmendándose de manera continua y cambiando la faz del mundo que nos rodea: el principio de indeterminación de Heisenberg o la constante de Boltzmann son absolutos sólo transitorios que cualquier día saltarán por los aires, ofreciéndonos un cosmos de aspecto totalmente insólito y quizá desapacible.
Un último logro de la obra de Lem. Por lo general, el libro precede a su crítica; en este caso, inspirado por una sinopsis, un autor necesitado de estímulo (por ejemplo, yo) podría terminar por escribir el libro que no existe pero que merece existir, para que no quede en el vacío por muy perfecto que sea.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Crítica de la razón cínica, Peter Sloterdijk


Trad. Miguel Ángel Vega. Siruela, 2007. 792 pp.


«El cinismo es la falsa conciencia ilustrada. Es la moderna conciencia infeliz sobre la que la Ilustración ha trabajado tanto con éxito como en vano»

«
La neurosis europea ve a la felicidad como su objetivo y el esfuerzo de la razón como su medio para alcanzarla. Esta compulsión tiene que ser superada. Debe renunciarse a la adicción crítica por mejorar las cosas»




«Crítica de la razón cínica es una de las obras más provechosas e inteligentes aparecidas en Alemania»
Fernando Savater

«Desde 1983 Peter Sloterdijk cuenta entre los filósofos más importantes de la Alemania de posguerra. De un día para otro se hizo famoso con su Crítica de la razón cínica, un libro que conmovió al gran público como casi ninguna otra obra de diagnóstico filosófico del tiempo desde La decadencia de Occidente de Oswald Spengler. [Éste] simpatizaba con los césares [...]. El patrono de Sloterdijk, por el contrario, era el Diógenes del barril, el burlón y el irónico. [...] Crítica de la razón cínica cuenta cómo [...] la conciencia moderna tomó conciencia de sí, y cómo ahora, con correcta conciencia, obra sin embargo incorrectamente»
Rüdiger Safranski

«Desde su monumental Crítica de la razón cínica de 1983, saludada por Jürgen Habermas como el acontecimiento más importante en la historia de las ideas desde 1945, el alemán Peter Sloterdijk se ha impuesto como uno de los pensadores europeos más fecundos e innovadores. De una gran cultura filosófica, llama la atención por la belleza y la fuerza de su lenguaje, su estilo y su tono. Lejos de las rígidas convenciones de la filosofía académica, Sloterdijk enfrenta los problemas de su tiempo con otras armas y otros fines: una prosa clara, consciente de su afinidad con la música, deudora de la 'gran'retórica clásica y de su casi increíble erudición filosófica y literaria. Por ese entonces, Sloterdijk tenía treinta y cinco años. Las armas de un fenomenólogo agudo, atento y perspicaz, que deseaba escribir una 'ontología de nosotros mismos'. Su independencia le lleva, sin reparos, no sólo a mostrar su vasta discrepancia con 'el sueño ilustrado', sino que además a hacer suyas las propuestas de filósofos incómodos y no siempre bienvenidos en Alemania: Nietzsche y Heidegger. Sobre Nietzsche ha escrito El pensador en escena.

Crítica de la razón cínica puede leerse también como una puesta al día de la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer. No se trata ya del nihilismo en ascenso, ni la metamorfosis de la razón en nuevo mito ni, mucho menos, del dominio de la razón instrumental lo que Sloterdijk describe y denuncia, sino el cinismo difuso de nuestras sociedades exhaustas. Ese 'nuevo cinismo' que se despliega como una negatividad madura que apenas proporciona un poco de ironía y compasión, pero que finalmente desemboca en la desesperanza. Un cinismo que Sloterdijk define como 'falsa conciencia ilustrada': la de quienes se dan cuenta de que todo se ha desenmascarado y pese a ello no hacen nada, la de quienes se dan cuenta de que la escuela de la sospecha tampoco ha servido de mucho»

Adolfo Vásquez Rocca

Una de las mejores obras que he leído últimamente.